jueves, 6 de noviembre de 2008

Labios De Porcelana

Odiaba mi trabajo, odiaba con cada centímetro de mi carne los días enteros que pasaba yendo de un lugar de esos al siguiente, de inspeccionar y anotar cada detalle de los establecimientos en una libreta raída, de ver esas caras de desesperación simuladas con "alegres" máscaras de suficiencia. Todo está bien, somos muy prolijos, decían sus ojos, cuando mi lápiz escribía exactamente lo contrario y yo intentaba que no lo supieran, no podía romper esos corazones tan raídos.
Siempre recuerdo aquella vez en que traspasé el umbral de ese lugar, especialmente marcado por la humedad. "Faro de la Esperanza", rezaba un descolorido cartel pintado a mano en madera, colgado de unas cadenas en las que se notaba la persistencia del salitre. A pocos metros del mar, un faro habitado por unos cien niños, más o menos. Siempre recuerdo ese día especialmente porque fue el único en que no terminé mi trabajo. No podía. Esos niños de caras rosadas , rodeados de decadencia. "Gracias a ellos el faro se abastece de energía día a día -Me explicaba la encargada, haciéndome una especie de visita guiada para facilitarme el trabajo-, Los alimentamos de esperanza, y bien sabemos que la esperanza de un niño inocente es de las energías más poderosas. Nunca salen de este recinto, no conocen otro entorno que no sea éste, lo cual nos facilita la tarea: día a día los convencemos con historias, cuentos y juegos agradables, de "El Gran Secreto" que mantenemos siempre fresco entre ellos y nosotros. Así es como todas las noches podemos brindarle a los barcos esa estrella de esperanza que los guía hacia puerto seguro." El brillo ambicioso en sus ojos al pronunciar aquellas dos palabras me dejó helado. Miré a mi alrededor. En el momento no se me ocurrió hacer nada por ellos. Se veían tan lindos, con sus miradas ausentes pinceladas en sus caras alegres congeladas, que sólo pude sentirme sobrecogido y salir corriendo sin el más mínimo decoro.

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