jueves, 12 de noviembre de 2009

#95 - Correción de Claroscuro

(Para la revistita del taller literario)

Caminé como siempre para entrar a la jaula, ese lugar que odiaba pero que era, si no la más importante, una parte indispensable de mi rutina. Ni me miró cuando entré. Su cara de desinterés por la hora de la comida no se la creía ni él. Parecía estar en la luna. No, no era él el que estaba en la luna. La luna residía en él, en su pelo blanco brilloso, lustroso, y en sus ojos, que decididamente guardaban mucho parecido con un par de selenes móviles con derecho a deambular por la Tierra. Apenas se le escuchaba la respiración. Dejé el plato en el suelo y salí decorosamente, pero con un apuro acelerado por el miedo y el desagrado que me producía ese lugar y lo que había adentro. En cuanto cerré la puerta lo escuché moverse, como flotando, hacia lo que le había dejado. Tenía ganas de vomitar, de ésas que uno siente cuando acaba de salir de una situación horrible sin haber podido hacer nada por arreglarla.
Al día siguiente, como todos los días desde que empecé a trabajar ahí, se repitió la situación. Y al día siguiente. Y al siguiente. Al final del mes me reuní con mi Jefe, que además de felicitarme por un trabajo impecable me dijo con los ojos algo que estaba implícito en él, pero bastante manifiesto en mí. Le vi una mirada de arrepentimiento por haber contratado a alguien que realmente cuidara la vida de aquella cosa. Salí de la oficina y mi cabeza se arremolinó. Está bien, no sabemos ni por qué lo tenemos pero, ¿Era moralmente correcto deshacerse de él? ¿Se pondría contento el Jefe si yo me ocupaba? En verdad no entendía. No entendía nada. Empezaba a no entenderme a mí mismo, mi cabeza se convertía en una bandada de negros cuervos que se alejaban de mí batiendo sus alas emplumadas hacia quién sabe donde.
El tiempo siguió normal, aunque en mi cabeza era más lento y tortuoso que nunca. Ahora no era como antes, cuando entraba lo veía como aovillado en un rincón con la cara vuelta hacia mí, con dos pedazos de hielo clavados en mí, siguiéndome y casi amenazándome, aunque se veían completamente desamparados, ahora inexpresivos. Ya no se movía en cuanto me iba, sino que empezaba a desdoblarse cuando yo me alejaba para salir del recinto luego de dejar atrás la jaula.
Un día conseguí un arma. Un hermoso cañón brillante que relucía, una rígida serpiente de plata ansiosa de cobrarse una víctima. A escondidas pude llevarla adentro de la jaula, pero en cuanto pensé en desenfundarla entró el personal de limpieza. Parecía que lo traía él con los ojos, como una especie de advertencia siniestra. Ya empezaba a creerme cualquier cosa. No podía ser que aquél empleado fuera traído por la mirada de un ser vivo. No podía ni me disponía a creer algo así. Saludé cordialmente al nuevo visitante, aunque nunca entendí por qué estaba ahí a esa hora, dejé la porción de almuerzo en el suelo y me di el lujo de salir corriendo. Estaba enloqueciendo.
Al día siguiente no fui a trabajar. No podía. No paraba de pensar en lo que había visto el día anterior, ni quería, porque ni siquiera estaba seguro de lo que había pasado. Él hoy no comería nada, pero poco era lo que me importaba. Al día siguiente me aseguraría de acabar con él.
Entré despacio a donde se encontraba la jaula, habiéndome asegurado de que hoy nadie entraría. Caminé adentrándome en una boca de lobo. A sabiendas de que algo diferente iba a pasar hoy, di un paso adentro de una jaula mucho más oscura de la que conocía, sin llevar el alimento del día, sólo mi rayo de plata ansioso por aplicar su justicia metálica. Apunté a la oscuridad, al lugar en el que se veían dos lucecitas mínimas, y disparé. Creo que le di en el corazón. Escuché el fogonazo retumbando furioso como de lejos, y de repente me vi a mí mismo como centro de un charco húmedo y oscuro que apenas se veía. Me dolía el pecho. Estaba viendo huir de mí a mi vida y a aquella cosa también, había dejado la jaula abierta, y me daba cuenta de eso mientras la oscuridad del ambiente me embebía a mí en remolinos de espuma azabache…


Julio de 2008

1 Habladurías:

Ahiro dijo...

Dos palabras: Muy bueno