martes, 14 de octubre de 2008

Aventón

Había muerto como tantos otros, tan rápido y limpio como sangriento, otro más de todos esos cuerpos que se habían encontrado con la rápida dureza de los autos que pasan como mecánicamente por el negro camino de asfalto. Cruzan el desierto, y la naturaleza tiene que otra vez postrarse ante los avances humanos que no hacen más que malograrla.
Y ahí estaba él, avanzando por una carretera desierta, que nadie transitaba ni transitaría, que estaba en otro plano, otra dimensión. Caminaba, siempre hacia adelante, hacia un destino incierto que tampoco le importaba. Ahora que no respiraba, caminaba. Ahora que no necesitaba alimentarse, caminaba. Movía sus cuatro patas en dirección paralela a esa carretera que, en otro mundo, lo vio morir. A rastras lleva lo que alguna vez fue suyo, privado. Lleva detrás una larga tira de sus propias vísceras, única modificación que le implantó la muerte, la funesta muerte cuando lo atropelló. Pequeño animal peludo que perdió la vida y el propósito gracias al Hombre. Suerte en la otra vida, Perro.

0 Habladurías: